El azar de la taquilla española ha querido que coincidan prácticamente en el tiempo dos propuestas cinematográficas con personas discapacitadas como protagonistas. En De óxido y hueso, la última cinta de Jacques Audiard, una impresionante Marion Cotillard encarna a una domadora de orcas a la que un buen día uno de sus animales deja con las dos piernas amputadas. Por su parte, Las sesiones, del desconocido Ben Lewin, se centra en el despertar sexual de un treinteañero al que la polio le arrebató prácticamente toda la movilidad con apenas seis años.
Estos dos planteamientos, que harían las delicias de cualquier programa sensacionalista de la televisión, no deben asustar al espectador con fobia a la pornografía sentimental, la que busca el derrame de lágrimas por compasión. Porque ambas, a su manera, adoptan un tono optimista, incluso romántico, en torno a la discapacidad. No retratan a los personajes desde un tono paternalista o condescendiente, dibujándoles el aura de víctimas que apenaría al más frío de los mortales, sino que prefieren que la gravedad de la situación sea una anécdota para explorar nuevos territorios. Lo que ya inició el taquillazo francés Intocable lo perfeccionan ahora estas dos obras maestras imprescindibles.
De óxido y hueso
Reducir el argumento de la película de Audiard a la historia de una domadora de Marineland que repentinamente pierde sus dos piernas sería, además de amarillista, sumamente injusto. Sin embargo, es uno de los reclamos que inexplicablemente utiliza el tráiler de la cinta, lo cual debería hacernos reflexionar de nuevo sobre la utilidad del marketing cinematográfico, que sigue tergiversando las propiedades del producto para supuestamente atraer más espectadores a la salas.
Si la publicidad de De óxido y hueso hubiera sido capaz de reflejar una mínima parte de la emotividad de la cinta, es probable que los efectos hubiesen sido más beneficiosos. Porque por encima de la manida historia de superación, aquí estamos ante el origen de una amistad y un amor conmovedores. Stéphanie, la protagonista discapacidada, y Alí, el hombro en el que decide literalmente apoyarse, no son precisamente un ejemplo a seguir, de ahí que el victimismo sea el último recurso al que recurre el director francés. Sin embargo, es justo ese punto de partida antiheroico, ese crudo realismo, el que la convierte en especial.
Stéphanie es una joven antisocial, que incluso acude sola a las discotecas armando follón. Es en una de esas reyertas en las que conoce a Alí, otra bala perdida que se gana la vida en peleas clandestinas y que lleva por el mismo camino a su hijo de cinco años, al que incluso maltrata en algún que otro arrebato. No son seres amables, con los que resulte fácil empatizar. Y, en cambio, cuando se buscan por necesidad se produce el milagro. Un prodigio al que sin duda contribuyen escenas imborrables, como la que se produce bajo el hielo o la que ocurre instantes después, casi al término del filme, cuando se susurra uno de los Te quiero más sinceros y creíbles de toda la historia del cine romántico.
Las sesiones
Con un tono menos dramático y mucho más ácido, esta comedia aborda la discapacidad desde un punto de vista inédito, no sólo dentro de este posible subgénero sino en la totalidad de la ficción cinematográfica. Porque en ninguna ocasión se ha tratado la sexualidad de una persona impedida con la explicitud y la valentía con la que lo hacen estas particulares sesiones terapéuticas en las que Mark O'Brien descubre sentidos que hasta ahora permanecían ocultos.
Las sesiones es una película tan valiente como Helen Hunt, que decide regresar a primera línea de fuego con un papel que poquísimas actrices de Hollywood estarían dispuestas a aceptar. Hacía años que no nos reencontrábamos con la intérprete tal y como la recordábamos en Mejor... imposible o Cadena de favores, y resulta chocante hacerlo de repente mientras asistimos a su desnudo integral, tan notable a los 50 años como infrecuente.
Evidentemente, la ausencia de ropa no es el único mérito de Hunt. Parte de la responsabilidad de que Las sesiones desprenda tanta frescura y naturalidad recae en el personaje de Cheryl, la terapeuta sexual que paradójicamente presenta problemas de alcoba con su marido filósofo. Mientras le enseña a su paciente tetrapléjico a disfrutar del coito y se esfuerza en desvincular su profesión de la prostitución, en casa su marido la espera siempre dormido en la cama.
El gran peso de la cinta recae sin embargo en O'Brien, un irreconocible John Hawkes llamando a las puertas de ese selecto club de discapacitados ilustres que presiden Daniel Day-Lewis (Mi pie izquierdo), Tom Hanks (Forrest Gump) y Sean Penn (Yo soy Sam). A diferencia de ellos, sin embargo, consigue hacernos cautivar y enternecer, no tanto con las flaquezas, sino mediante el ingenio y la inteligencia de su personaje, cuya máxima expresión son esas impagables confesiones con el padre Brendan. Brillantes.
Estos dos planteamientos, que harían las delicias de cualquier programa sensacionalista de la televisión, no deben asustar al espectador con fobia a la pornografía sentimental, la que busca el derrame de lágrimas por compasión. Porque ambas, a su manera, adoptan un tono optimista, incluso romántico, en torno a la discapacidad. No retratan a los personajes desde un tono paternalista o condescendiente, dibujándoles el aura de víctimas que apenaría al más frío de los mortales, sino que prefieren que la gravedad de la situación sea una anécdota para explorar nuevos territorios. Lo que ya inició el taquillazo francés Intocable lo perfeccionan ahora estas dos obras maestras imprescindibles.
De óxido y hueso
Reducir el argumento de la película de Audiard a la historia de una domadora de Marineland que repentinamente pierde sus dos piernas sería, además de amarillista, sumamente injusto. Sin embargo, es uno de los reclamos que inexplicablemente utiliza el tráiler de la cinta, lo cual debería hacernos reflexionar de nuevo sobre la utilidad del marketing cinematográfico, que sigue tergiversando las propiedades del producto para supuestamente atraer más espectadores a la salas.
Si la publicidad de De óxido y hueso hubiera sido capaz de reflejar una mínima parte de la emotividad de la cinta, es probable que los efectos hubiesen sido más beneficiosos. Porque por encima de la manida historia de superación, aquí estamos ante el origen de una amistad y un amor conmovedores. Stéphanie, la protagonista discapacidada, y Alí, el hombro en el que decide literalmente apoyarse, no son precisamente un ejemplo a seguir, de ahí que el victimismo sea el último recurso al que recurre el director francés. Sin embargo, es justo ese punto de partida antiheroico, ese crudo realismo, el que la convierte en especial.
Stéphanie es una joven antisocial, que incluso acude sola a las discotecas armando follón. Es en una de esas reyertas en las que conoce a Alí, otra bala perdida que se gana la vida en peleas clandestinas y que lleva por el mismo camino a su hijo de cinco años, al que incluso maltrata en algún que otro arrebato. No son seres amables, con los que resulte fácil empatizar. Y, en cambio, cuando se buscan por necesidad se produce el milagro. Un prodigio al que sin duda contribuyen escenas imborrables, como la que se produce bajo el hielo o la que ocurre instantes después, casi al término del filme, cuando se susurra uno de los Te quiero más sinceros y creíbles de toda la historia del cine romántico.
Las sesiones
Con un tono menos dramático y mucho más ácido, esta comedia aborda la discapacidad desde un punto de vista inédito, no sólo dentro de este posible subgénero sino en la totalidad de la ficción cinematográfica. Porque en ninguna ocasión se ha tratado la sexualidad de una persona impedida con la explicitud y la valentía con la que lo hacen estas particulares sesiones terapéuticas en las que Mark O'Brien descubre sentidos que hasta ahora permanecían ocultos.
Las sesiones es una película tan valiente como Helen Hunt, que decide regresar a primera línea de fuego con un papel que poquísimas actrices de Hollywood estarían dispuestas a aceptar. Hacía años que no nos reencontrábamos con la intérprete tal y como la recordábamos en Mejor... imposible o Cadena de favores, y resulta chocante hacerlo de repente mientras asistimos a su desnudo integral, tan notable a los 50 años como infrecuente.
Evidentemente, la ausencia de ropa no es el único mérito de Hunt. Parte de la responsabilidad de que Las sesiones desprenda tanta frescura y naturalidad recae en el personaje de Cheryl, la terapeuta sexual que paradójicamente presenta problemas de alcoba con su marido filósofo. Mientras le enseña a su paciente tetrapléjico a disfrutar del coito y se esfuerza en desvincular su profesión de la prostitución, en casa su marido la espera siempre dormido en la cama.
El gran peso de la cinta recae sin embargo en O'Brien, un irreconocible John Hawkes llamando a las puertas de ese selecto club de discapacitados ilustres que presiden Daniel Day-Lewis (Mi pie izquierdo), Tom Hanks (Forrest Gump) y Sean Penn (Yo soy Sam). A diferencia de ellos, sin embargo, consigue hacernos cautivar y enternecer, no tanto con las flaquezas, sino mediante el ingenio y la inteligencia de su personaje, cuya máxima expresión son esas impagables confesiones con el padre Brendan. Brillantes.
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