La promoción de Mediaset es un arma de doble filo. Por un
lado, la enorme experiencia del grupo audiovisual a la hora de publicitar sus
productos, con un goteo incesante a lo largo y ancho de toda la programación,
garantiza una afluencia de público que para sí la quisieran grandes
producciones de Hollywood en nuestro país. Pero por otro lado, la presencia en
magacines, cortes publicitarios, informativos, equivale también a un volumen de
expectación que conviene satisfacer.
Películas como No habrá paz para los malvados, por
ejemplo, salieron claramente beneficiadas de una estrategia tan impecable. La
cinta se reforzó con una maquinaria propagandística más propia de los
taquillazos comerciales que del cine independiente y salió victoriosa del
apuro, seguramente por el innegable talento de José Coronado en su papel de
Santos Trinidad. Algo parecido le sucedió a Celda 211, otra producción de
Telecinco Cinema. En cambio, Lo imposible, que está recibiendo por parte de
la cadena un trato preferencial, a la altura de su presupuesto (de unos desorbitados
30 millones de euros) puede que le sustituya a más de uno el estado de euforia
por el de la más pura decepción.
La película se promociona en las distintas cadenas del grupo
con el tsunami que arrasó Tailandia en 2004 como reclamo. Es innegable que la
recreación de uno de los desastres naturales más devastadores de los últimos
años es uno de los principales motivos para desplazarse hasta una sala de cine.
Y, sin embargo, parece que los millones de litros acumulados en un tanque de la
Ciudad de la Luz de Alicante han sido malgastados en balde, para ocupar tan
sólo una minúscula parte del metraje.
La escena es sobrecogedora, más en los segundos anteriores,
cuando se masca la tragedia, que durante la propia acción. Aunque los efectos
especiales son dignos de una gran superproducción, Lo imposible no supera la
prueba de Más allá de la vida. Sin centrarse en el tsunami, Clint Eastwood
abría su película paranormal con una secuencia de lo más apabullante. Si bien
es cierto que la ola del veterano director resultaba mucho más impostada que la
de Bayona, la cámara nos brindó planos con mayor astucia y riesgo,
convirtiéndose en lo único destacable del filme.
En el caso de la cinta española, lo que debiera ser su punto
álgido se convierte en el mero prólogo de una historia real sin la suficiente
entidad para ocupar dos horas de metraje. A pesar de los esfuerzos del guión y
de toda la postproducción por acercar a los personajes y reforzar los
sentimientos, Lo imposible es un relato de supervivencia con
menos alma de la que aparenta. Bayona se ha esforzado tanto en alejarse del
cine de catástrofes y en acentuar el lado humano que al final uno termina
echando en falta más madera y aborreciendo tanto azúcar.
Al filme también le hace un flaco favor un último gancho
publicitario, el de la coletilla “basada en una historia real”. Los productores
han paseado por todos los festivales y preestrenos de Lo imposible a la madre
española que sobrevivió al tsunami junto a su familia y que tan bien ha
defendido la australiana Naomi Watts. La táctica de bien seguro ayudará a
vender más entradas pero también juega en contra de la propia película,
desvelando sin miramientos un desenlace que el espectador quizá prefiera descubrir
por su propio pie. Pero poco importan las minucias. Bayona arrasará en taquilla
con su segundo filme y se asegurará para el tercero un presupuesto y una
publicidad mayores. El sueño de todo empresario, un dilema para todo
artista.
Comentarios