¿Miedo a la ciencia ficción?
¿Terror a los saltos espacio-temporales, a los viajes interestelares o a
cualquier otra artimaña del género que suponga la excusa perfecta para
confundir al espectador? Si terminaste hasta el gorro de Origen y de sus
innumerables interpretaciones, si te devanaste los sesos buscando una
explicación a la enrevesada trama de Perdidos, si incluso te despistó en
algún momento el rollo filosófico de Matrix, puede que Looper no sea tu
primera opción, mucho menos ahora que la elección es decisiva para el bolsillo.
Pero no conviene dejarse arrastrar por los temores de una trama que se
vislumbra complicada. La cinta de Rian Johnson, además de un excelente
ejercicio de guión, es también una de las más accesibles de un género con tendencia
a la confusión.
Tampoco hay que llevarse a
engaño. Que la historia se digiera con relativa facilidad no implica un trabajo
de escritura menos perfeccionista que el de las producciones anteriores. Al
contrario. El esfuerzo de hacer digerible semejante argumento, con los saltos
en el tiempo como hilo central, se antoja mucho más meritorio que el de
reservar las respuestas a la imaginación del espectador. Aunque pueda parecer
mucho más estimulante un planteamiento con más interrogantes que revelaciones,
se agradece que alguien se atreva de una vez a cerrar una trama compleja sin
dejar ningún fleco abierto. La sensación de que todo está rematado, que no
mascado, es un logro pocas veces alcanzado en la ciencia ficción.
Looper arranca con una rápida
explicación del término. En un futuro en el que los asesinatos son fuertemente
perseguidos, las bandas criminales envían a sus víctimas al pasado para que los
llamados Loopers terminen con sus vidas en décimas de segundo. El problema
viene cuando una cláusula del contrato les obliga a aceptar su propia muerte
como fin de ciclo. Ahí el exterminador se enfrenta a un dilema existencial de
proporciones colosales. O acepta una vida con 30 años de caducidad o se enfrenta
a la organización y a una muerte asegurada. Joe tiene bastante asumida su
función, hasta que un buen día se le aparece ante las narices el Joe del futuro
y le trastoca por completo su presente y futuro.
Puede que la sinopsis no ayude
demasiado, pero el argumento es más sencillo de lo que parece. Looper no
tiene como objetivo despistar. Su intención es más bien la de brindar un futuro
más asequible, más realista, menos ficticio. Prueba de ello es que buena parte
de la acción se desarrolla en una casa de campo, rodeada de vegetación y no de artilugios
futuristas. Hay motos voladoras y también una máquina del tiempo, pero incluso
los cacharros del futuro se presentan con un aspecto inusual. La tecnología no
es la protagonista. Aquí lo que impera es la disyuntiva.
Los diálogos entre el Joe del
presente y el Joe del futuro en una típica cafetería americana, cargados de
humor, plantean situaciones hipotéticas de lo más estimulantes. Plasman, por
ejemplo, cómo puede cambiar la mentalidad de un ser humano con el paso del
tiempo, cómo varían los criterios con la experiencia. El Joe joven prefiere no
pensar en las consecuencias de su trabajo, es más bien frío, incluso tiene un
gusto radicalmente distinto por las mujeres que el Joe adulto, enamorado de una
joven asiática que lo salvará de la autodestrucción.
Pero la reflexión existencial no
es el único plato fuerte de Looper. La cinta no olvida en ningún momento su
condición recreativa ni sus aspiraciones de culto. Es por ello que brinda
secuencias destinadas a convertirse en leyendas del género, como la
amputación a dos tiempos de uno de los
personajes o la impactante telequinesia de un niño de diez años que además es el
origen de todos los dilemas. Imágenes poderosas y guión inteligente que
convierten a la película en una apuesta segura de entretenimiento, para los que
aborrecen la ciencia ficción y también, por qué no, a los que padezcan fobia a
Bruce Willis. Terminarán aplaudiéndole.
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