Agárrense bien a sus asientos porque si pensaban que la victoria de En tierra hostil en los Oscars era inaudita, la de este año se prevé mucho más extravagante. Una película francesa, rodada en blanco y negro y sin un solo diálogo, plenamente muda, se alzará con el galardón a mejor filme el próximo 26 de febrero. Al menos así lo pronostican todas las quinielas. The Artist ha conquistado a los críticos de medio mundo, y esta vez con razón. Satisface los egos intelectuales de unos y sorprende gratamente a los profanos en la materia. Una experiencia sensorial a diferentes niveles que reconcilia a crítica y público como en pocas ocasiones.
Las mismas características que están encandilando a los cinéfilos más sesudos son las que probablemente aborrezca el público general. The Artist es un homenaje al cine clásico, a Cantando bajo la lluvia, a El crepúsculo de los dioses, obras que sólo un kamikaze cultural reconocería no haber visto en su vida. De ahí que muchas de las críticas que se han vertido sobre el filme, auténticos alardes de sabiduría, sirvan más bien para ahuyentar a espectadores (a nadie le apetece evidenciar su incultura) que para motivarlos a ver un filme de entrada muy poco apetecible.
Seguro que toda la maquinaria de marketing de los hermanos Weinstein, distribuidora del filme, oficiará el milagro. El precioso cartel de la película ya ocupa las marquesinas y andenes de media ciudad. Pero sin desmerecer el poder de arrastre de la publicidad, será complicado llenar las salas que programen la cinta de Michel Hazanavicius. Sin duda, será una lástima que muchos se pierdan la experiencia por miedo al tedio. Porque al contrario de lo que pueda parecer, The Artist está pensada, por encima de todo, como entretenimiento al alcance de todos.
Olvídese de que es una película francesa. Si le producen urticaria nombres como Michael Haneke o Isabelle Huppert, aunque merezcan una oportunidad, está de enhorabuena, porque el único rasgo galo de la cinta lo encontrará en los títulos de crédito, cuando de repente salga nombrado el actor principal. Jean Dujardin, parisino de pura cepa, alcanza la fama internacional encarnando de manera increíble a George Valentin, un galán del cine mudo que ve peligrar su carrera con la llegada del sonido al Hollywood de finales de los años 20.
Pase por alto que es una cinta en blanco y negro. Ya lo hizo con La lista de Schindler y nadie dejó de considerarla una obra maestra por su ausencia de color. En todo caso, la decisión está todavía más justificada en The Artist, en su afán por recrear una época dorada del cine que a pesar de su escasez de medios despertaba más fascinación que la tecnológicamente avanzada actualidad. Vean sino la secuencia de apertura de la película. Ni los mejores efectos especiales son capaces de provocar el entusiasmo y la expectación que se vivían por entonces en la platea.
Y, por supuesto, quítese de la cabeza sus reticencias al cine mudo. Al principio se sentirá extraño, puede que no le convenza, que quiera huir de la sala. Pero dese la oportunidad de comprobar cómo la ausencia de sonido se convierte en suma. Valore los gestos, las miradas, las sonrisas y, sobre todo, déjese sorprender por el momento mágico que Hazanavicius se extrae de la manga con la mesa de sonido.
Si consigue desprenderse de los prejuicios, entrará de lleno en una historia conmovedora, que reivindica el talento por encima de las modas, siempre efímeras y esclavas de la novedad. The Artist encuentra la innovación en el pasado. No constituye ningún invento. Sin embargo, produce más asombro en el espectador que cualquiera de las últimas revoluciones tecnológicas que nos llegan de Hollywood. Es francesa, en blanco y negro y muda. Y no importa, porque parece única.
Las mismas características que están encandilando a los cinéfilos más sesudos son las que probablemente aborrezca el público general. The Artist es un homenaje al cine clásico, a Cantando bajo la lluvia, a El crepúsculo de los dioses, obras que sólo un kamikaze cultural reconocería no haber visto en su vida. De ahí que muchas de las críticas que se han vertido sobre el filme, auténticos alardes de sabiduría, sirvan más bien para ahuyentar a espectadores (a nadie le apetece evidenciar su incultura) que para motivarlos a ver un filme de entrada muy poco apetecible.
Seguro que toda la maquinaria de marketing de los hermanos Weinstein, distribuidora del filme, oficiará el milagro. El precioso cartel de la película ya ocupa las marquesinas y andenes de media ciudad. Pero sin desmerecer el poder de arrastre de la publicidad, será complicado llenar las salas que programen la cinta de Michel Hazanavicius. Sin duda, será una lástima que muchos se pierdan la experiencia por miedo al tedio. Porque al contrario de lo que pueda parecer, The Artist está pensada, por encima de todo, como entretenimiento al alcance de todos.
Olvídese de que es una película francesa. Si le producen urticaria nombres como Michael Haneke o Isabelle Huppert, aunque merezcan una oportunidad, está de enhorabuena, porque el único rasgo galo de la cinta lo encontrará en los títulos de crédito, cuando de repente salga nombrado el actor principal. Jean Dujardin, parisino de pura cepa, alcanza la fama internacional encarnando de manera increíble a George Valentin, un galán del cine mudo que ve peligrar su carrera con la llegada del sonido al Hollywood de finales de los años 20.
Pase por alto que es una cinta en blanco y negro. Ya lo hizo con La lista de Schindler y nadie dejó de considerarla una obra maestra por su ausencia de color. En todo caso, la decisión está todavía más justificada en The Artist, en su afán por recrear una época dorada del cine que a pesar de su escasez de medios despertaba más fascinación que la tecnológicamente avanzada actualidad. Vean sino la secuencia de apertura de la película. Ni los mejores efectos especiales son capaces de provocar el entusiasmo y la expectación que se vivían por entonces en la platea.
Y, por supuesto, quítese de la cabeza sus reticencias al cine mudo. Al principio se sentirá extraño, puede que no le convenza, que quiera huir de la sala. Pero dese la oportunidad de comprobar cómo la ausencia de sonido se convierte en suma. Valore los gestos, las miradas, las sonrisas y, sobre todo, déjese sorprender por el momento mágico que Hazanavicius se extrae de la manga con la mesa de sonido.
Si consigue desprenderse de los prejuicios, entrará de lleno en una historia conmovedora, que reivindica el talento por encima de las modas, siempre efímeras y esclavas de la novedad. The Artist encuentra la innovación en el pasado. No constituye ningún invento. Sin embargo, produce más asombro en el espectador que cualquiera de las últimas revoluciones tecnológicas que nos llegan de Hollywood. Es francesa, en blanco y negro y muda. Y no importa, porque parece única.
Comentarios
Crack!
Estoy contigo en que mucho se echarán para atrás por aquello d ela ausencia de color (cosa que hacen con los clásicos)(ellos se lo pierden) o por lo de que sea muda. Su banda sonora y la buena interpretación de los actores, especialmente Jean Dujardin, sustituyen perfectamente a los diálogos.
Será una película francesa, sí, pero hecha a la americana.
Te puede gustar más o menos, pero creo que en general nadia se arrepiente de haberla disfrutado.
Un saludo.